el reto que propuso la bella bloguera ginebra para el pasado
mes de noviembre, consistía en escribir un texto de terror. Para ello, debíamos
elegir una o más imágenes que ella nos daba, de diversos ilustradores y
fotógrafos.
espero que os guste. un gran abrazo para nuestros amig@s de la comunidad valenciana, y para ginebra en especial.
Estaba dando una vuelta por el parque del Retiro, un sábado
por la tarde. Me senté en un banco de la plaza del Ángel Caído, y saqué de mi
mochila la novela que estaba leyendo, ‘la hermandad de las malas hijas’ de
Vanessa Montfort.
Tengo cierta habilidad para leer con atención, y al mismo tiempo fijarme en las escenas cotidianas que suceden a mi alrededor. Además, he comprobado que recuerdo mejor los capítulos que he leído en el transporte público, en la sala de espera del centro de salud, en un banco del parque... que aquellos leídos en mi habitación. Eso no quita para que mi ritual de leer en la cama por la noche mientras tomo una taza de leche con cacao sea sagrado.
El caso es que, mientras veía pasar a familias, grupos de
amigos, parejas y almas libres como yo, estaba leyendo un pasaje algo “picante”
de la novela antes mencionada. En realidad me resultaba más cómico que otra
cosa, ya que las chicas protagonistas usaban unas expresiones que me hacían
pensar: “¡esta novela me da a mí que no la venden en las librerías del Opus!”.
De repente, el cielo se oscureció y desapareció toda la gente que había alrededor. Sin saber cómo, tenía a mi lado al Ángel Caído, que había cobrado vida. Miré el pedestal de la escultura, y estaba vacío.
–¿Qué, leyendo libros adultos, eh? –me dijo, socarrón–. Si
hubieras leído algo así en tu época adolescente, habrías tenido que confesarte
después.
–¡Pero esta novela no va de eso! Además, yo ya estoy curado
de espanto. –me defendí–. Si un libro trae algún pasaje subido de tono, pues
bienvenido sea, pero no es algo que influya a la hora de elegir mis lecturas.
–¡Ya lo sé, hombre! Pero te he visto y he querido aprovechar
la ocasión para dejar claras algunas cosas. Me han echado la culpa a mí de
todos los supuestos pecados que podáis cometer los humanos, porque al parecer
os hago caer en la tentación.
–Ahora ya sé que eso es un cuen...
–¡Déjame terminar! –exclamó–. Los ángeles, tanto los buenos
como los caídos como yo, podemos hacer muchas cosas, pero no leer vuestros
pensamientos ni comunicarnos con vosotros mentalmente. Y en el tema que tanto
te preocupaba de los deslices nocturnos en plena adolescencia, no era yo el que
te “tentaba”.
–Ya, en esa época de la vida se tienen las hormonas
revolucionadas...
–¡Claro! Era tu cuerpo, que Dios lo hizo así. La pulsión
sexual en la pubertad es algo contra lo que no se puede luchar. Hace falta más
información y menos amenazar con el infierno.
Me quedé pensando en esas últimas palabras, y cuando me
quise dar cuenta, el sol había vuelto a salir y los viandantes habían regresado.
Se veían las típicas escenas de siempre: un niño que pasaba montado en
bicicleta me miraba, su madre le decía que no fuera tan rápido; una pandilla de
adolescentes reían recordando alguna anécdota de su instituto; y una chica le
hacía una foto con su móvil a la fuente del Ángel Caído.
Entonces caí en la cuenta. Miré el monumento central de la fuente, y el Ángel Caído había vuelto a su lugar. Lo que había ocurrido unos minutos antes, ¿fue sueño o realidad?
Se me ocurrió que podría grabar otro vídeo junto a la fuente, relacionando el agua en movimiento con algún tema de matemáticas. Pero, por alguna razón, no me atreví. Aquella tarde ya había cubierto mi cupo de sobresaltos... En lugar de eso, saqué el móvil y miré el foro naranja, a ver si mi amiga escritora había respondido o reaccionado a alguna de mis bobadas.