el reto que propuso nuestra amiga ginebra para este mes de
septiembre, tenía como tema la fantasía. siempre he sido muy
dado a imaginar situaciones ficticias, por lo que no me ha resultado difícil
escribir algo en esta línea. como es habitual, debíamos inspirarnos en una
imagen elegida entra varias que ella nos daba.
pues aquí lo tenéis, escrito esta noche del tirón, con mucho corazón y poca cabeza. espero que os guste.
A veces necesitaba huir de mi entorno, cogía el autobús y me
iba a Puente de Vallecas. Una vez allí, subía por la avenida de la Albufera
hasta el estadio del Rayo Vallecano, y a continuación giraba en dirección al
parque de las Siete Tetas. Es un lugar inspirador, algunas de las pocas buenas ideas
que tengo se me han ocurrido allí.
Pero en aquella ocasión, quise variar. Decidí ir a Entrevías –que también es parte del distrito Puente de Vallecas–, y lo asocio a buenos recuerdos gracias a una buena alumna que vive allí.
Bajé del autobús 102, y me quedé un momento indeciso. Miraba alternativamente a las vías de tren –protegidas por unas vallas llenas de grafitis– y al entramado de calles por donde iba a casa de mi alumna.
De repente pasó por allí una chica con melena pelirroja
rizada. Me miró fijamente y me dijo:
–¡Yo te conozco!
Tardé unos segundos en reaccionar.
–¡Yo a ti también! Eres la chica que una vez me sujetó del
brazo porque el autobús daba muchas sacudidas, y yo por el ‘toc’ no quería agarrarme
la barra.
–¡Todos necesitamos sujetarnos unos a otros alguna vez! –rio
ella–. Yo me llamo Alejandra, ¿cómo te llamas tú?
–Chema... Y últimamente mis días no son tan bonitos como aquél
del autobús. Problemas y desilusiones varias... A decir verdad, buscaba las
vías del tren.
Ella me lanzó una mirada penetrante, que parecía leer en mi
alma.
–De eso nada, majo. Vas a venir conmigo a mi casa –dijo muy
seria, en un tono que no admitía réplica.
Caminamos por unas calles llenas de bares y pequeñas tiendas, hasta legar a su portal. Me advirtió de que no había ascensor, y yo le aclaré que eso no era problema para mí, llevo años sin pisar uno.
Al entrar en su piso, vino a saludarnos un simpático conejo,
de gran tamaño, pelaje gris y ojos vivos.
–Este amigo mío es Leo –me explicó ella–. Le llamé así por Leonardo
Da Vinci. ¡Me encantan el arte y la geometría! Un día que fui de excursión al campo,
me lo encontré y parecimos tener un flechazo mutuo instantáneo, así que le
adopté.
–¡Qué guapete tu amigo Leo! Pues fíjate, los conejos me
hacen pensar en la sucesión de Fibonacci, ya que se ideó para predecir el número
de crías a partir de una pareja de conejos, tras sucesivos apareamientos entre
sus descendientes...
–Oye, oye… –dijo Alejandra con una amplia sonrisa y los ojos
muy abiertos–, ¡me parece que tú y yo tenemos muchas cosas de las que hablar!
–Si te gusta el arte, voy desde hace un año a una academia
muy buena, por la zona de Alto del Arenal... –dije algo abrumado.
–Pues mira, me informaré y puede que me apunte. Pero sobre
todo, no quiero que vuelvas a pensar en vías de tren, ¿estamos?
–...
–Además, seguro que tienes amigos y amigas que hacen que tu
vida merezca la pena.
–Sí, la fan de Esther de pelo rizado, Ginebra y sus letras, Devo
y Doroty, la abuelita gallega, la Caperucita enfermera...
–¿Lo ves? ¡Y en esa lista yo estaré pronto, hazte a la idea!
–remató, con una risa contagiosa.
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