para este mes de septiembre que acabará pronto, nuestra
amiga ginebra nos propuso escribir un texto sobre la inteligencia artificial. todo
un reto para mí, que soy bastante ‘analógico’. ;)
había que elegir una imagen entre varias, todas ellas generadas por ia’s. me gustó la del gatito. aquí va mi aportación, espero que os guste.
Quería escribir un microrrelato dedicado a mi amiga Emma,
una novelista andaluza con una gran intuición y sensibilidad.
Tenía dos opciones: escribirlo yo mismo o dejar que lo hiciera una inteligencia artificial. ¿Podría ser un experimento interesante? Había instalado en mi ordenador una IA, y era una buena ocasión para probarla.
Para que el algoritmo construyese el texto, introduje las ideas en las que se debía basar: poesía, prosa, matemáticas, telepatía, abrazos, foro naranja...
Alan Turing (1912-1954) fue el precursor de la inteligencia artificial. Para comprobar que sus máquinas pensantes funcionaban como se esperaba, propuso el ‘test de Turing’: cuando un usuario era incapaz de distinguir si las respuestas recibidas venían de un interlocutor humano o si estaban elaboradas por un algoritmo, eso quería decir que la máquina estaba bien diseñada.
Decidí que mi amiga Ginebra realizara el test de Turing. Le envié los dos relatos, a ver si era capaz de averiguar cuál era el mío y cuál estaba escrito por la IA.
En cuestión de minutos, me hizo una videollamada.
–¡Chema, ha sido facilísimo! El texto de la IA es frío y robótico, y además tiene algunas incoherencias sintácticas. El tuyo es mucho más cercano, y se nota a la legua que lo has escrito tú.
–¿Ah, sí? ¿Y en qué lo has notado?
–¡Por favor! ¡Sólo tú podías incluir en la misma frase las palabras ‘cardioide’ y ‘equilibrista’, jajaja!
–¡Me has pillado, Gin! –respondí–. Mi estilo literario, de tan malo que es, resulta único. ¡Supera eso, inteligencia artificial!
–¡No digas eso! Emma es una chica sensible y empática, y seguro que apreciará las palabras que te ha dedicado. ¿Verdad que sí, Muso? –preguntó dirigiéndose a su gato, que merodeaba alrededor de ella.
–¡Miauuu!
–¿Ves? ¡Ha dicho que sí! –concluyó Ginebra–. ¡No hay inteligencia artificial que nos engañe a Muso y a mí!