bien, aquí está la continuación del relato que publiqué la
semana pasada. en esta ocasión, de las fotos que nos dio a elegir ginebra, me
gustó la de la chica con el cuerpo flexible.
por cierto, gin, te mando un gran abrazo desde aquí. :*
me ha salido más largo y con más diálogos que el anterior. espero que os guste. :)
Al día siguiente, Irene y yo volvimos a quedar para pasear
por la playa.
En un momento dado, ella me dijo:
–Chema, hace tiempo abriste en el foro un hilo sobre los
dones y talentos de cada uno. Ahora que estamos charlando en persona, podríamos
desarrollar ese tema un poco más.
–Oh, pues en mi caso poco podría aportar –respondí–. Aparte
de descomponer números en factores primos mentalmente, poco más se me da bien de verdad... Bueno, sí, en yoga aguantaba mucho tiempo en una postura que
la profesora llamaba ‘caminar sobre la pared’.
–¡Vaya! A mí también me gustaban las posturas de inversión
de yoga –respondió Irene–. Creo que podría intentar hacer la postura sobre la
cabeza, a ver si no he perdido práctica...
Mi amiga se tendió en la arena, cruzó los brazos detrás de la cabeza y curvó la espalda. A continuación, se irguió sin apenas esfuerzo.
–Irene, me acabas de demostrar que, además de saber escribir
historias, tu don es la flexibilidad y la fortaleza corporal. ¿Me dejas que te
haga una foto?
–Vale, pero ¡hazla rápido! Que tengo aguante en esta
postura, pero hasta cierto punto –respondió riendo.
Disparé y, unos segundos más tarde, bajó una pierna y luego
la otra. Tenía algo de rubor en el rostro, pero sonreía de manera traviesa.
Algo estaba tramando.
–Chema, ¿comprobamos ahora cuánto aguantas tú?
–Oh, pues... Estoy un poco desentrenado... ¡Bueno, venga,
vamos a intentarlo!
Me costó menos de lo que me imaginaba. Las posturas de yoga son como montar en bicicleta, no se olvidan.
Cuando conseguí erguirme del todo, noté que algo me rozaba
las plantas de los pies.
–¿Tienes cosquillas, querido Chema? –oí desde abajo, pues no
hay que olvidar que mi cabeza estaba en el suelo.
–¡Pero bueno! ¡Esto no es jugar limpio, jajaja!
–¡Ya sabes, en el amor y en la guerra todo está permitido!
–respondió ella.
Cuando deshice la postura, le dije jadeando:
–Vale, en esta ocasión me has hecho cosquillas en los
pinreles, pero te confesaré una cosa. Tú siempre me haces cosquillas... pero un
tipo especial de cosquillas... –y de repente me dio pudor terminar la frase.
–¿En el alma, quieres decir? ¿Te hago cosquillas en el alma,
tal vez...? –me ayudó ella, entre emocionada y traviesa.
–Sí, eso justamente. ¡Vaya, Irene! Además de saber escribir,
también tienes el don de leer las emociones –respondí, mirándola de reojo con
sonrisa boba.
–¡Ayy, qué intensito te pones! –exclamó entre risas–. Pero
algo de razón tienes. Creo que tú y yo vamos a escribir un cuento de hadas a
cuatro manos, y ya te digo desde ahora que tendrá final feliz. ¿Qué tal si
vamos a mi casa? Te puedo enseñar los libros que tengo en mi habitación, de donde
saco las citas que comparto en el foro.
El cuento de la bella escritora y el excéntrico matemático no había hecho más que empezar...