hace poco he terminado de leer ‘el lenguaje corporal de las emociones’ de vanessa guerra. ya sabéis lo mucho que me gusta el tema de la comunicación no verbal.
en ese libro he leído varias cosas interesantes. una de ellas es que la vergüenza es una mezcla de tres emociones primarias: el miedo, la tristeza y el enfado. veamos, el miedo a que alguien que nos importa piense mal de nosotros después de haber cometido una pifia es fácil de ver, así como la tristeza consiguiente. pero además, si uno lo piensa, la vergüenza también tiene cierto componente de rabia, de soltar una retahíla de palabrotas ante la situación. :P
pero lo que más me ha gustado de ese libro ha sido la
siguiente frase:
se dice que la emoción opuesta
al miedo es el amor, porque cuando sentimos amor el miedo desaparece de la
ecuación y nos permite vivir la vida con plenitud.
me gusta por ser una reflexión optimista y bonita, y también
por el símil matemático. tal vez el amor y el miedo sean inversamente
proporcionales, es decir, que cuando uno aumenta el otro disminuye.
amor*miedo = constante
algo así como los procesos isotérmicos en termodinámica, en
los cuales el producto de la presión por el volumen es constante. por tanto, ya
sabemos cuál es la estrategia a seguir: aumentar el amor, y de esa manera
disminuirá el miedo. ;)
para este mes de abril que acaba, nuestra amiga ginebra propuso un reto titulado subliminal. había que elegir una imagen y escribir un texto inspirado en ella. mi participación, de algún modo trata sobre quitarse miedos de encima, que era lo que hablábamos antes. al escribir -si es que a lo mío se le puede llamar escribir-, improviso entremezclando ideas que tengo en la mente en ese momento, sin más. ^_^
Zulema estaba inmersa en su última novela, un proyecto que
la ilusionaba y asustaba a partes iguales. Estaba sentada repasando el borrador
del último capítulo que había escrito.
En la pared de su salón había tres máscaras, que se podían considerar alegóricas de su manera de interactuar con los demás en el pasado. Según con quien estuviera, adoptaba una u otra máscara. Un día decidió que sería ella misma, gustara a quien gustara. Y esto también se aplicaría a su escritura. Su nueva novela en cierto modo era la primera de un nuevo ciclo, ya que se trataba de una obra a corazón abierto.
Zulema llevaba en su mano un rosario. Ella había estudiado en un colegio religioso muy estricto, y aún estaba en proceso de desaprender muchas de las ideas que le habían inculcado. Pero el rosario no dejaba de tener cierta belleza estética, y juguetear con él la relajaba. Su gata tricolor Mocca era de la misma opinión, ya que a veces lo enganchaba con la zarpa, dando un pequeño susto a su ‘karen’ particular.
La novela de Zulema trataba sobre un chico y una chica que se
conocen virtualmente en un foro sobre temas relacionados con la psicología. Tanto
él como ella, al principio son reservados, pero luego van dándose a conocer de
manera gradual. Escriben mensajes en los que revelan subliminalmente cosas
sobre sí mismos. Incluso en ocasiones tienen diálogos en abierto, pero en modo
spoiler -difuminando la letra de manera que sólo se puede ver si se
clica sobre el texto-.
Nuestra amiga estaba satisfecha con lo que había escrito hasta ese momento. Tenía ganas de continuar, pero había algo que la impedía sentirse cómoda del todo. Y para dar lo mejor de sí misma en la escritura o en cualquier tarea, todos los detalles eran importantes, por nimios o subliminales que parecieran.
Hasta que Zulema encontró la clave. Para escribir a gusto el nuevo capítulo, ¡tenía que descalzarse! Se quitó sus zapatos tipo bailarina, quedando al descubierto sus blancos pies, con las uñas sin pintar -que es como más bonitas quedan-. Se dirigió caminando con sus pies descalzos hacia su mesa de trabajo, mientras le decía a su gata: “Mocca, ven conmigo. ¡Tú a mi ladito, que también me inspiras!”.