consuelo armijo fue una autora de cuentos infantiles.
escribió, entre otros muchos, aniceto el
vencecanguelos y el pampinoplas,
de la colección ‘el barco de vapor’.
aniceto lo leímos
en el colegio, en 3º de egb. trata sobre un niño que cada día va aprendiendo a
vencer sus inseguridades. me gusta especialmente el capítulo en el que visitan su
casa unos tíos suyos que le intimidan mucho, pero luego descubre que ellos
también cometen torpezas.
gracias a este libro aprendí algunas expresiones muy
utilizadas, como “estar en la luna” o “no es tan fiero el león como lo pintan”.
el pampinoplas,
creo recordar que me lo regalaron y lo leí por mi cuenta. es sobre un niño que
va a pasar unos días al pueblo de su abuelo. allí hay un individuo cuya
identidad se desconoce, que se dedica a cometer fechorías -unas fechorías muy
inocentes, como cabe esperar en una historia para niños-.
me gusta leer este tipo de cuentos de vez en cuando, para
recordar algunos pasajes que estaban en algún rincón de mi memoria. y también
para valorar, con visión de adulto, las habilidades que requiere escribir un
cuento que atraiga la atención de los niños. y debo reconocerlo: con algunas
cosas, ahora me he reído más que cuando era pequeño. ;)
al final de el
pampinoplas hay un pasaje que puede parecer muy fantasioso, pero en el
fondo trata sobre algo tan real y profundo como es la ley de conservación de la
materia.
Pero luego Poliche lo entendía todo él solo. Y también
comprendía lo que le contaban los granitos de polvo que flotaban al sol:
–Yo he sido la torre de ese castillo en ruinas –decían–.
Muchísimos pájaros me escogían para hacer sus nidos, pero de vez en cuando
subía un mozalbete zangolotino, se ponía a tocar la trompeta y los espantaba a
todos. ¡Me daba una rabia!
–Pues yo he sido la armadura de un guerrero. He estado en la
batalla de Lepanto y no consentí que ninguna espada me atravesara. ¡Qué días
tan gloriosos! Pero luego me olvidaron y estuve mucho tiempo abandonada en un
descampado, hasta que un día me fundieron y me convertí en una lata de
sardinas. ¡Uf! No lo quiero ni pensar: llegó una señora con un abrelatas y me
partió a la primera. ¡Todavía me dura el trauma!