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trini tinturé: una vida a todo color, este mes de junio se ha organizado un concurso que consiste en escribir un relato protagonizado por emma, esa simpática brujita creada por la gran
trini, cuyas aventuras posiblemente recordéis de haberlas leído en la revista lily. actualmente sus historias están siendo reeditadas por glénat, y hasta el momento se han publicado dos
tomos.
para el relato tenía una idea rondando en la cabeza, pero no sabía muy bien cómo darle forma. hasta que por fin el domingo por la tarde me puse delante de un documento de word en blanco, empecé a escribir... y esto fue lo que me salió. espero que os guste. ;)
La vida transcurría tranquila para Emma y su familia en el pequeño pueblo escocés de Wondertown. Emma hacía las mismas cosas que cualquier chica de su edad: iba al colegio, estudiaba, hacía deporte y salía con su novio Hans (que también se había adaptado a la vida en el siglo XX y ya dominaba el inglés, lengua del lugar donde vivían).
Helga, la abuela de Emma, seguía intentando realizar hechizos para regresar al lugar y a la época de la que venían (la Alemania del siglo XVII), pero Emma y su madre trataban de disuadirla. En Wondertown se encontraban a gusto y era mejor dejar las cosas como estaban.
El mago Hellman, enemigo acérrimo de Emma, llevaba mucho tiempo sin dar señales de vida. Eso hacía sospechar a nuestra amiga que algo tramaba el malvado mago. Desgraciadamente no se equivocaba.
La maldad de Hellman no tenía límites, y su plan era hacer volver a Emma, a su madre y a su abuela a su época, y que allí se las acusara de un delito de carácter religioso y fueran juzgadas por la Inquisición. Serían condenadas sin piedad por su doble condición de brujas y de sacrílegas.
Cuando Hellman ya tenía su conjuro preparado y se disponía a recitarlo, Emma estaba en su habitación, estudiando historia del arte. Era la hora de cenar, y su madre la llamó. Cuando estaban sentadas a la mesa cenando, Emma comentó:
–¡La asignatura de historia del arte es interesantísima, es la que más me gusta! En la lección que estaba estudiando, hablan de un museo de Frankfurt en el que hay objetos religiosos de hace varios siglos, que tienen muchísimo valor.
En ese momento, Emma, su madre y su abuela tuvieron una extraña sensación de perder la noción del espacio y el tiempo, y se vieron sumidas en un torbellino. Pasado un tiempo difícil de calcular, se encontraron tumbadas sobre el suelo, en medio de una estancia que reconocieron en cuanto miraron a su alrededor. Estaban en su viejo castillo. Habían vuelto a su época. No era difícil para ellas imaginar que la mano de Hellman estaba detrás de todo aquello.
El siguiente día era sábado. Hans había quedado en ir a buscar a Emma a su casa para salir juntos a dar una vuelta. Llamó a la puerta, y nadie respondía. Hans se inquietó. Preguntó a los vecinos de alrededor si habían visto a las Hakker, y dijeron que hasta el día anterior sí que las habían visto entrar y salir, con toda normalidad.
Hans tuvo una corazonada y se acordó del mago Hellman, que tan mal se lo había hecho pasar a Emma y a él mismo en algunas ocasiones. Fue corriendo a su guarida. Al llegar, aporreó la puerta. Cuando Hellman salió a abrir, antes de que pudiera reaccionar, Hans le agarró de la solapa.
–¿Dónde está Emma? –gritó Hans–. ¡Dímelo o te estampo contra la pared!
Hellman vaciló un momento. Hans le zarandeó y le gritó:
–¡¡Contesta!!
Al fin, Hellman, adoptando una expresión desafiante, confesó:
–Pues bien, ya que tanto te interesa saberlo... He enviado a las Hakker de vuelta al siglo XVII... Y mediante un conjuro, he trasladado una cruz de oro y piedras preciosas del altar de la catedral del pueblo a su castillo...
Hans escuchaba sin saber cómo reaccionar. Hellman continuó.
–Ahora que saben que las Hakker han regresado, con la mala prensa que tienen, serán las primeras sospechosas de haber robado esa cruz. Y en cuanto registren su castillo la encontrarán. ¡Ahora ya nadie las salvará de la hoguera! ¡Ja, ja, ja, ja!
–¡Canalla! ¡Pagarás por lo que has hecho! –gritó Hans, haciendo ademán de agredirle–.
–¡Espera muchacho, no te pongas nervioso! –le contuvo Hellman–. Si quieres, puedo enviarte a ti también a vuestra época... ¡A ver si eres capaz de hacer algo para salvar a tu amada Emma! ¡Ja, ja, ja! Piénsalo bien, ¡es una oportunidad que te estoy dando!
Hans se quedó pensando, y al fin dijo:
–Está bien, envíame con ellas. ¡Pero te advierto que como no salga bien, o como les pase algo, me las vas a pagar!
–Sea –respondió Hellman–.
Entonces dibujó con tiza unas figuras geométricas sobre el suelo, se situó en medio de ellas, levantó los brazos y pronunció un conjuro ininteligible. Al momento se produjo una especie de explosión, y Hans se vio girando en un torbellino. Perdió ligeramente la consciencia y al cabo de un tiempo notó una sacudida y miró a su alrededor.
Se encontraba en el viejo castillo de las Hakker. Allí estaban Emma, su madre y su abuela. Hans las miraba sentado sobre el suelo.
Emma se lanzó a los brazos de Hans:
–¡Hans, amor mío! ¡No entendemos nada de lo que ha ocurrido! No sabemos por qué hemos vuelto a nuestra época. Pero, ¡gracias a Dios que tú también estás aquí! Contigo me siento más segura.
–¡No hay tiempo que perder, Emma! –dijo Hans–. Hellman os ha enviado de vuelta a esta época para que seáis acusadas del robo de una valiosa cruz de la catedral... ¡Y esa cruz se encuentra en algún lugar de este castillo! ¡Tenemos que encontrarla antes de que vengan a registrar el castillo y la encuentren ellos!
–¡Dios mío! –exclamó Emma–. ¡Pero si el castillo es enorme y no tenemos ni idea de dónde puede estar la cruz! ¡Tenemos que hacer algo antes de que se enteren del robo y nos señalen a nosotras como sospechosas!
–¡Tenemos que buscar por todos los rincones del castillo para encontrar esa cruz! –reaccionó la madre de Emma–.
–Aunque, ahora que lo pienso... –reflexionó Emma–, ¡esa cruz debe de ser la misma de la que hablaban en la lección de historia del arte que estaba estudiando ayer por la tarde!
–¿Y qué? –respondieron Hans, la madre y la abuela de Emma al unísono, sin comprender–.
–Esa cruz se encuentra en un museo de arte de Frankfurt. –explicó Emma–. Si nos desplazamos en el espacio y en el tiempo a Frankfurt y al siglo XX, podemos hacernos con esa cruz y devolverla a la catedral, antes de que se den cuenta de que ha desaparecido. ¡Buscarla en el castillo es buscar una aguja en un pajar, y antes de que podamos encontrarla, nos van a acusar!
–Pero sustraerla del museo donde se encuentra no deja de ser un robo –repuso Hans–.
–Sí, pero lo prioritario es tener la cruz para poder restituirla antes de que nos acusen. ¡Y mucho me temo que nos van a condenar, con pruebas o sin ellas! Cuando salgamos de esta, la cruz del museo ya la devolveremos a su lugar.
–¡Bien pensado, Emma! –exclamó su madre–. Para mayor seguridad, nosotros buscaremos la cruz en el castillo, y tú te desplazarás a ese museo.
–¡Yo pronunciaré el conjuro para enviarte allí! –dijo la abuela de Emma–. Mis intentos para retroceder del siglo XX a nuestra época siempre fracasaron, pero viajar hacia el futuro es diferente... En todo momento te mantendrás en comunicación telepática conmigo. ¡Mírame fíjamente a los ojos y concéntrate!
La abuela pronunció unas palabras e hipnotizó a Emma, y ésta viajó por el espacio y el tiempo, sintiendo miedo por la aventura en la que se estaba viendo implicada.
Cuando Emma se vio en medio de las calles de Frankfurt, se preguntó dónde se encontraba aquel museo al que tenía que dirigirse. Gracias a que el alemán era su lengua materna, no tuvo problemas para preguntar a un transeúnte si sabía dónde se encontraba cierto museo de arte en el que había joyas, reliquias y objetos religiosos. El señor al que le preguntó, afortunadamente lo conocía, y le explicó amablemente cómo se podía ir desde allí.
No estaba muy lejos y podía ir caminando. Tras unos veinte minutos serpenteando entre calles, encontró el museo. De repente se dio cuenta de que no tenía dinero para pagar la entrada. Justo en ese momento la abuela se comunicó con ella por telepatía. “mira en tu bolso”, le dijo. Emma se encontró que tenía marcos alemanes. El conjuro para desplazarse en el tiempo era tan perfecto que no sólo incluía vestirse automáticamente con las ropas de la época, sino además tener a mano algunos medios básicos de subsistencia, siendo el dinero uno de ellos.
Tras pagar la entrada y entrar en el museo, fue al grano y buscó los objetos religiosos. Tuvo suerte y encontró enseguida una cruz de oro y piedras preciosas. Vio claro que ésa era la cruz que estaba buscando.
Emma avisó a su abuela por telepatía de que había hallado la cruz. La abuela instó a Emma a que se concentrara en su deseo de tener esa cruz, mientras que ella se ocuparía de hacerla volver al siglo XVII.
Entonces Emma pensó con todas sus fuerzas: “Necesito esta cruz para salir de un apuro. La restituiré tan pronto como sea posible...”. Repitió varias veces estas palabras en su interior, y pronto se vio sumida en el característico torbellino de los viajes en el espacio y el tiempo, al que ya se estaba acostumbrando.
Al cabo de un rato, se vio en el castillo con la cruz en la mano. Justo en ese momento entraba por la puerta la madre de Emma con otra cruz idéntica en la mano.
–¡La encontré! ¡Estaba escondida dentro de la armadura que hay en la habitación de uno de nuestros bisabuelos!
Se quedó callada cuando vio que Emma, por su lado, también se había hecho con la cruz. Se trataba de una paradoja espacio-temporal. Esas dos cruces idénticas eran en realidad la misma cruz, que procedía de diferentes momentos en el tiempo. Para volverse loco si uno pensaba mucho en ello.
Pero en ese momento, lo prioritario era devolver la cruz a su lugar. Emma se dirigió a la catedral, escondiendo la cruz bajo su vestido.
Emma, gracias a uno de sus hechizos, se volvió invisible poco antes de llegar a la catedral, y pudo entrar, dirigirse al altar, y colocar la cruz en el lugar donde ella recordaba que se encontraba. Siendo la catedral muy grande, la acción de Emma pasó desapercibida para las pocas personas que había allí. En ese momento no se estaba celebrando misa ni ningún otro acto litúrgico.
Pero, desgraciadamente, la desaparición de la cruz ya había sido advertida, y el párroco dio la voz de alarma. La noticia se extendió como la pólvora por todo el pueblo, y no tardó en acusarse a las Hakker, que se sabía que habían regresado, pues algunos testigos habían visto a Emma por las calles.
Emma regresó al castillo, e informó a su madre, su abuela y Hans de que la cruz ya había sido restituida. El duplicado de la cruz estaba encima de la mesa, y ya estaban pensando en devolverla al museo de donde procedía.
En ese momento, oyeron voces fuera, y la guardia irrumpió en el castillo. El párroco iba por delante de ellos, y al entrar en la sala donde estaban nuestros amigos, voceó:
–¡Aquí está la cruz! ¡Ellas son las que la habían robado, no podía ser de otra manera! ¡Apresadlas!
De nada iba a servir negar lo que para el párroco y los guardias era evidente. Emma, su madre y su abuela fueron prendidas.
–¡Dejadlas en paz! ¡Son inocentes! –gritaba Hans, pero uno de los guardias le sujetó y le mandó callar.
En un abrir y cerrar de ojos fueron llevadas a prisión y encerradas en una celda. La situación era desesperada, pero la abuela les dio tranquilidad.
–No os preocupéis, saldremos de esta. Emma, yo me mantendré en contacto telepático contigo para darte instrucciones. La experiencia lo es todo en estas situaciones. ¡Y sobre todo, concéntrate como lo hiciste para llevarte la cruz del museo de Frankfurt sin dejar rastro!
No tuvieron que esperar mucho para ser conducidas ante el temido tribunal de la Inquisición.
El inquisidor principal tomo la palabra y fue al grano.
–¡Vosotras, las Hakker, no sólo sois brujas, sino que además sois ladronas y sacrílegas! –vociferó–. ¡Habéis robado la cruz de oro y piedras preciosas del altar de la catedral, y se os ha descubierto con el cuerpo del delito! ¿Qué más pruebas necesitamos para condenaros? ¡Vuestro destino no puede ser otro que la hoguera!
Emma y su madre estaban aterrorizadas. Pero la abuela les comunicó mentalmente: “tranquilas”, y añadió: “Emma, ahora te indicaré qué es lo que debes decir”.
Al cabo de un rato, la pira ya estaba preparada. Todo el pueblo estaba presente. Algunos enemigos de las Hakker mostraban regocijo. Otros salían en defensa de ellas. Hans, vigilado por los guardias, contemplaba la escena con impotencia.
El gobernador también estaba presente. Y el párroco, principal artífice de la acusación, también se encontraba allí, sosteniendo en sus manos la cruz supuestamente robada.
Entonces la abuela se dirigió mentalmente a Emma dándole una serie de instrucciones. Emma respondió: “comprendido”, y acto seguido se dirigió al gobernador:
–Señor gobernador, antes de ser condenadas, creo que debería usted comprobar por sí mismo que esa cruz realmente ha sido robada. Tenemos derecho a ser juzgadas por alguien imparcial, y un tribunal eclesiástico, dada la fama de brujas que se ha creado en torno a nosotras, ciertamente no lo es.
Mientras Emma hablaba, la abuela pedía mentalmente un deseo, poniendo en ello toda su concentración y su energía: “Que la cruz que tiene el párroco en sus manos vuelva al museo del que fue sustraída. Que se haga justicia. Que no se condene a inocentes y que los objetos sean restituidos al lugar donde pertenecen”.
En respuesta a las palabras de Emma, el párroco exclamó:
–¡Qué descaro! ¿Cómo puede negar lo que es evidente? ¡Si la cruz robada, que escondían en su castillo, la tengo en mis manos! Aquí est... ¿eeeh? –y entonces vio, sin dar crédito a sus ojos, que la cruz había desaparecido, se había volatizado.
El gobernador, entonces, dijo muy serio:
–Antes de prender el fuego, quiero entrar en la catedral a hacer una comprobación. Me parece muy raro todo esto.
El gobernador montó en su carroza y todos le siguieron. Enseguida llegaron a la catedral. Entró allí y se dirigió hacia el altar. Vio una cruz de oro y brillantes y se la mostró al párroco y a los inquisidores, que le habían seguido.
–¿Es esta la famosa cruz robada... o es otra?
Y se quedaron todos mirando atónitos. Algunos vocearon:
–¡Esto también es cosa de las brujas! ¡Han hecho aparecer la cruz aquí con alguno de sus diabólicos hechizos!
–Ya he perdido bastante tiempo –respondió el gobernador–. Volvamos al lugar de la pira.
Cuando llegaron, allí estaban las Hakker, maniatadas y con expresión expectante en sus rostros. El gobernador dijo solemnemente:
–Libérenlas.
Y se dirigió a los inquisidores y les dijo:
–Sus acusaciones infundadas a personas inocentes van a acabar provocando un motín y alterando la paz del pueblo. Eso es algo que, como gobernador, no estoy dispuesto a tolerar. Tengan por seguro que la Reina será informada de todo esto. Ustedes verán si les conviene o no mantener una buena relación con la corona.
Hans abrazó a Emma. En ese momento lo único importante para ellos es que habían escapado a una horrible muerte. Se escabulleron de allí y se dirigieron a su castillo. Una vez allí, lograron convencer a la abuela de que, tal como estaban las cosas, lo mejor era volver al siglo XX.
Se cogieron de las manos, y mediante un conjuro, viajaron en el tiempo una vez más. Pronto se vieron de nuevo en Wondertown, con gran sensación de alivio por volver a la vida tranquila a la que ya se habían acostumbrado.
A todo esto, a varios cientos de kilómetros de allí, en concreto en el museo de arte de Frankfurt, una curiosa escena tenía lugar.
–¡Sí, señor director! ¡Han robado la cruz de oro y piedras preciosas del siglo XVII! –decía angustiado el vigilante–. ¡Tenemos que poner una denuncia!
–¡No entiendo cómo ha podido ocurrir! –respondió el director del museo–. ¡Con la vigilancia que tenemos, es imposible! En fin, vamos a verlo.
Cuando llegaron, vieron que la cruz se encontraba dentro de su vitrina, intacta y sin señal alguna de forzamiento. Ambos se quedaron atónitos.
Afortunadamente, el director del museo no se lo tomó mal, y le dijo al vigilante en tono de broma, dándole unas palmadas en la espalda:
–Amigo, me parece que necesita unas vacaciones, ¿eh?
Volviendo a nuestras amigas, la abuela de Emma dijo mientras comían y se recuperaban de las emociones vividas:
–Creo que Hellman resultaría más atractivo con una imagen más juvenil y moderna. Para eso he estado consultando mi bola mágica, y he visto algunas cosas que se van a llevar en el siglo XXI, que a él le van a quedar muy bien.
–Ay, abuela, ¿qué irás a hacer? –respondió Emma, riendo–.
Al rato, la abuela se encerró para preparar el hechizo. Mezcló varios ingredientes, pronunció unas palabras, y se produjo el cambio.
Hellman se encontraba en su guarida, y notó unas sensaciones extrañas, una especie de cosquilleo por todo el cuerpo. Se miró y, horrorizado, fue a buscar un espejo.
La imagen juvenil y moderna que la abuela de Emma le había hecho adquirir, consistía en una cresta de pelo teñido color rosa fucsia, varios pendientes de en las orejas y un piercing de aro en la nariz. Su indumentaria era una camiseta de tirantes que dejaba ver varios tatuajes con forma de dragón, y unos pantalones de cuero ajustados.
Aterrorizado como estaba, no se le ocurrió más que salir a la calle a pedir ayuda. La gente que pasaba por allí reaccionó de dos maneras, básicamente: huyendo despavoridos, o riendo a carcajadas. Hellman tenía su merecido.
Aquella noche Emma y Hans salieron juntos a cenar. Lo pasaron muy bien, recordando con humor las penas por las que habían pasado. Fue una cena muy romántica que siempre recordarían. Si algo había quedado claro es que nada lograría separarles.